El 7º Congreso de Comisiones Obreras
Manuel
Higueras
1.
Introducción
Cuando
los sindicatos, en cualquier país del mundo, celebramos un congreso,
estamos pasando revista a cuatro años (el período puede ser variable
en cada sindicato) de nuestra actividad. Seguramente tiene dos
vertientes importantes. La primera y principal es la actividad externa
del sindicato, su incidencia en la sociedad a través de los acuerdos
con los gobiernos y/o las patronales y si los trabajadores y
trabajadoras a los que nos dirigimos y a los cuales asistimos en la
defensa de sus derechos han entendido el mensaje. La segunda vertiente (que
lamentablemente a veces resulta ser más importante que la anterior) es
la “buena salud interna” del sindicato: si hemos aumentado la
representatividad y la afiliación o si el modelo organizativo es el
adecuado a los tiempos que se viven e, incluido en este apartado
interno, el sindicato elige a la nueva dirección.
El
7º Congreso de la Confederación Sindical de Comisiones Obreras ha
realizado este ejercicio de lo que llamamos responsabilidad sindical.
Para buena parte de la opinión pública española el debate sindical ha
sido exclusivamente el de cambiar al Secretario General, Antonio Gutiérrez.
Pero para el interior del sindicato, con ser importante este relevo, era
necesario seguir avanzando y hacer el análisis de nuestra actividad y
el contexto político y social en el que va a desarrollarse nuestro
trabajo en los próximos cuatro años en España. Europa y el resto del
mundo. El propio Secretario General
se encargó en su informe y posterior resumen de situar el debate
más en los retos de futuro que en el pasado.
El
interés que pueden tener nuestros debates para el sindicalismo europeo,
es la razón por la que Quale Stato me ha pedido estas líneas. Yo
pienso que la mejor manera de exponer estos retos es hacer un breve
resumen del informe del Secretario General acompañada de mi opinión,
que no tiene más valor que ser la de uno de los 1001 delegados que
asistieron a ese congreso.
En
mi opinión, el informe presentado por Antonio Gutiérrez, plantea tres
grandes retos al sindicato para que tome posiciones de cara a su trabajo
futuro: la globalización, el proceso de integración europea y el
federalismo que se está desarrollando en España.
2.
Nuestro primer reto: la
globalización
Repensar la realidad es un esfuerzo continuo e imprescindible
para renovar las ideas, que o se fraguan cuestionando lo conocido o se
quedan en mera elucubración al margen de lo que acontece e inservibles
para incidir en el devenir. Con ideas, más la voluntad de orientar los
cambios hacia objetivos concretos, se forja la política. Y la realización
de la política depende de la adaptación y capacidad de los colectivos
que la propugnan para llevarla a la práctica. De acuerdo con lo
anterior, innovar la política ante retos cada vez más complejos no es
tarea fácil; adecuar al sindicato para materializarla es aún más difícil
por lo que implica de superación de inercias en la acción y de los
correspondientes intereses colectivos e individuales que son más
refractarios a los cambios que los viejos esquemas culturales. Esta
tensión entre impulso político e inercia organizativa es la que ha
marcado la evolución de Comisiones Obreras en los últimos años.
Los
sindicatos, por la actividad tan dinámica que ejercemos a diario,
debemos tener mecanismos suficientes para analizar la realidad para que
la política que ponemos en práctica tenga mayores posibilidades de
alcanzar el éxito. La realidad de hoy, no me cabe ninguna duda, plantea
un primer reto al sindicato: analizar el actual proceso de globalización
y la repercusión que este fenómeno, fundamentalmente económico y
tecnológico, tiene sobre el conjunto de la ciudadanía y, en especial,
sobre el mundo del trabajo.
La
globalización tiene como componente básico la economía, sobre todo en
su aspecto comercial, pero no podemos desdeñar los extraordinarios
avances tecnológicos que se han dado en este período, que permiten
comunicarse, intercambiar y transportar bienes, valores y servicios de
un extremo a otro del planeta en un tiempo récord.
Sin
embargo, el mito de la globalización debe situarse en su justa medida
para abordarlo con rigor. En primer lugar hay que destacar que la
creciente interrelación entre polos desarrollados a nivel planetario
viene acompañada de la exclusión de regiones enteras y cientos de
millones de personas de los circuitos comerciales, financieros y
culturales que, teóricamente, deberían llegar a todos los lugares del
globo. África puede ser el ejemplo más palpable de lo que decimos,
pero también hay amplias zonas del Asia y América Latina que están
sufriendo este mismo problema.
Incluso
en lo países con cierta abundancia de capital, conocimientos tecnológicos
e infraestructuras públicas aceptables, las inversiones de las
corporaciones multinacionales se localizan en ciudades, regiones y
comunidades ya desarrolladas a las que les sobrará el resto del país,
profundizando en las disparidades regionales existentes. Es lo que se
conoce como el “efecto archipiélago” muy llamativo en algunos
estados federados de América del Sur como Argentina o Brasil por el
fuerte contraste que producen en otras regiones de los mismos países
donde impera la miseria o el subdesarrollo más absolutos, pero que
apuntan también hacia regiones de países europeos como España, Italia
o el Reino Unido. Estrategia económica que se retroalimenta con el
nacionalismo político y económico de dichas regiones. A fin de cuentas
la “América o la Europa de la regiones” coadyuva a la difuminación
de los Estados-nación y a la ralentización de sus procesos de
integración continental, lo que objetivamente fortalece la posición de
las multinacionales en la selección de los mercados y en la localización
de sus inversiones.
Frente
a este proceso globalizador se van perfilando tres actitudes. La
complacencia acrítica que interesadamente inculca la falsa confianza en
que la mundialización supondrá al fin el acceso al bienestar de todos
los rincones de la tierra. El resistencialismo a ultranza porque se
considere ineluctable que la transnacionalización provoque paro,
exclusión social y merma de los derechos. O afrontar el reto luchando
por su democratización, por la mejor distribución de la riqueza
generada y por convertir al conjunto de la humanidad en sus
beneficiarios.
Comisiones
Obreras, junto con la CIOSL, elegimos la tercera opción, seguramente
estará cargada de dificultades que a primera vista parecen insalvables,
pero ante un proceso irreversible que está marcando ya el futuro de la
humanidad no podemos recluirnos en cada país, defendiendo por separado
los estándares de vida de cada cual.
3.
Nuestro segundo reto: la
integración europea
Hablar
de un reto del movimiento sindical cuando hablamos de la Unión Europea,
puede resultar casi un discurso viejo, pero la realidad es que en las
actuales circunstancias, el proceso de integración europea se encuentra
en un período de incertidumbre. La Unión Europea no puede seguir
ensimismada pretendiendo imitar a los Estados Unidos. Porque mientras
sus constructores (gobiernos, fuerzas sociales y políticas y
empresarios) se enzarzan cada vez que hay que poner un nuevo pilar del
edificio, discutiendo si lo hacemos congruente con los cimientos propios
o incrustando otro importado, el edificio se agrieta y aumenta el temor
de que se caiga encima, precisamente entre quienes han de darle su razón
de ser: la ciudadanía.
La
incertidumbre sobre la configuración del proyecto europeo, por culpa
fundamentalmente de la indecisión de sus gobernantes, es causa
principal del retroceso del euro. Una política supranacional como es la
monetaria, o es rápidamente acompañada de otras como la social o el
empleo, la cultural, la fiscal, la de investigación y desarrollo, la
energética, exterior y defensa… o se quedaría surcursalizada
respecto al dólar.
Dicho
de otro modo, si no se articulan esas otras políticas comunes que
sirvan de referencia determinante para la política monetaria europea,
su independencia y la del Banco Central Europeo –ya de por sí
bastante discutible- será pura ficción, porque terminarán guiándose
exclusivamente por los indicadores norteamericanos.
Acelerar
hacia la unión política (concebida al menos como el conjunto de las
políticas antes señaladas) es crucial para el futuro de Europa, vital
para su ciudadanía y decisivo para forjar de verdad un nuevo orden
mundial. Las esperanzas que aún puedan caber de gobernar democráticamente
la globalización de los mercados; de que la “nueva economía”
revierta en la potenciación de la economía real generadora de empleo y
deje de ser un espejismo bajo la preponderancia financiera; de que el
crecimiento responda al para qué lo queremos: para el progreso de todos
los pueblos de la tierra; y la de cómo lo queremos: sostenible para un
mundo habitable; de poner la redes informáticas al servicio de la
universalización de la educación, pilar básico del desarrollo…
pueden ir transformándose en realidades con un Europa unida, autónoma
y fuerte.
Pero
si en este proceso es verdad que los Estados-nación tienen que ceder
parte de su soberanía para que sea una estructura supranacional
conjunta quien tome las decisiones, la “Europa de las regiones” es
un invento de las multinacionales para la localización preferente de
sus inversiones en inmejorables condiciones, negociadas con débiles
instituciones locales. Es la otra forma de fragilizar la capacidad de
los Estados y abundar en la descohesión interna.
Otra
cosa, radicalmente opuesta, es la política regional europea, financiada
con fondos estructurales y orientada justamente a la cohesión interna y
a la igualación de las regiones más desfavorecidas con los niveles de
renta medios de la Unión Europea. Como es sabido, la construcción
europea es desde sus orígenes un proyecto nacido del compromiso entre
los Estados miembros. Es Europa la que impulsa a las regiones en su
desarrollo y no al revés.
La
pugna entre mercado y democracia no se dirime sólo en las esferas
supraestatales; también se proyecta crudamente dentro de cada
Estado-nación. De ahí que la respuesta tenga que ser doble y simultánea:
construir la democracia donde todavía no se ha establecido, en los
foros internacionales; fortalecerla allí donde existe, en los Estados.
4.
Nuestro tercer reto: el
federalismo
Al
hilo de lo anterior, viene muy a cuento evocar la inquietud de los
socialistas del siglo XIX: “si el Estado es demasiado fuerte, se
estrella; si demasiado débil, sucumbimos”.
En
ningún país del mundo actual parece que el peligro venga de la primera
de aquellas hipótesis, sino de la segunda. Y es, desde luego, el caso
de España. El estado democrático español es más débil que los de la
mayoría de la Unión Europea. Por ser más reciente, porque su
desarrollo ha estado condicionado por
factores exógenos –la internacionalización de la economía-
y endógenos –la obsolescencia de la estructura productiva
heredada del franquismo- ; por el origen del sector público español
–en la autarquía- y su posterior proceso de privatización hasta
convertirlo en uno de los más pequeños de Europa. Y por la necesidad
suprema de acabar con el viejo centralismo españolista y autoritario
para sustituirlo por el estado de las autonomías en una nación de
naciones y regiones como España. Ardua tarea que nos ocupa más de
veinte años ya.
Quienes
confeccionaron nuestra Constitución tuvieron el acierto de condicionar
recíprocamente la unidad política de España y el ejercicio del
derecho a la autonomía. De tal forma que no pudiera imponerse la unidad,
sino lograrla con el desarrollo autonómico y que éste tuviera como
principio y fin cristalizar la unidad.
Pues
bien, aprobados los Estatutos de autonomía, configuradas las
instituciones de gobierno y legislativas, transferidas el grueso de las
competencias fundamentales, se abre un debate para definir una
configuración más acabada y estable del estado español. Debate del
que no podemos sustraernos los sindicatos porque nos afecta de lleno.
Sin
pretender formular una definición pero sí con la de contribuir a la
reflexión, es pertinente hacer algunas consideraciones.
El
consenso constituyente antes aludido tuvo la virtud también de
predibujar la resultante final en un estado cooperativo. Y esto, junto a
otros aspectos, es lo que más nos aproxima a los que se conoce como
estado federal. Si cogemos como ejemplo el país europeo más
representativo de federalismo, Alemania, lo primero que se advierte es
que precisa y exactamente se autodefinen en su Ley Fundamental como un
estado federal cooperativo. Definición acuñada a partir de 1949 y
reforzada en sucesivas reformas de su texto fundamental por dos factores:
uno de origen; los länder se habían constituido tres años antes, en
1946, con fuertes competencias (curiosamente a instancias de los
gobernadores militares aliados, particularmente del norteamericano) y el
otro, por su integración europea. Ambos factores indujeron un proceso
de transferencias inverso al nuestro, de los länder al estado. Primero
para configurarlo y después para reforzarlo en la medida que asumieron
conscientemente la dinámica de cesión de soberanía del estado a favor
de la Comunidad Europea.
Obviamente
nuestro origen fue el contrario y la dirección de las transferencias ha
tenido que ser a la inversa, necesariamente. Pero el segundo factor es más
común para todos los países de la Unión Europea, incluido el nuestro.
Y aunque ha suscitado el debate en todas partes, a nadie se le ocurre en
Alemania fracturar el derecho del trabajo, la seguridad social o la
unidad de mercado, aún tratándose de un país donde los Estados y
ciudades libres tuvieron trayectorias históricas propias y
diferenciadas incluso en la moneda hasta finales del siglo pasado,
contando en la actualidad con una descentralización fiscal que alcanza
el 50% del IRPF y a buena parte del sistema tributario pero con una
corresponsabilidad fiscal que ya quisiéramos para nosotros y una
cooperación que compensa horizontalmente –entre los länder- y
verticalmente –desde el estado federal- a los länder menos ricos para
que ninguno de ellos se sitúe por debajo del 99,5% de la renta media
alemana.
Se
comparte la soberanía entre una y otras instancias, debatiendo la
concreción de su ejercicio hasta donde sea necesario, pero sin
cuestionar los ejes vertebradores del orden social, económico y político
de Alemania. Claro que allí no hay ningún länder gobernado por
partido nacionalista alguno, quienes por definición lógica no admiten
otra perspectiva final que no sea la materialización del estado
nacionalista que propugnan. No debe ser casual que la simbiosis entre
cohesión estatal y descentralización administrativa esté garantizada
por organizaciones políticas representativas de intereses generales que
imbrican lo común con lo específico.
El
nacionalismo radical es hoy la representación política de la
insolidaridad, económica y social; que no enriquece sino que empobrece
la cultura de los pueblos, haciéndola cada vez más refractaria a la
permeabilización de las culturas.
El
legítimo e inalienable derecho a la identidad nacional no se reafirma
por la negación de otras identidades más amplias en la que se
encuadran los pueblos y las personas individuales. De no ser por sus
nefastas derivaciones socio-políticas, se quedaría en el campo de lo
grotesco o del ridículo, identificarse como catalán, vasco o gallego y
como europeo, negando al mismo tiempo ser español. Máxime cuando no
hay prevalencia indetitaria preestablecida imperativamente; quedando su
ordenamiento a las preferencias que libremente escoja cada ciudadano y
ciudadana y pudiendo expresar la identidad de su preferencia en la
lengua que desee.
En
la conquista de ese derecho subjetivo e individual se resumió la
derrota del “españolismo” que predicado como preponderante,
terminaba negando y oprimiendo a nuestras nacionalidades históricas (Cataluña,
Galicia y País Vasco). Procuremos ahora que al ejercerlo, no quede
anulado a la inversa por ningún nacionalismo periférico excluyente.
Algo
similar ocurre con el concepto de nación. Es absurdo que sólo quede
reservado para las nacionalidades mientras que nombramos a España
camuflada en extrañas expresiones como “el estado español” o con
el eufemismo “este país”.
Camuflajes
lingüísticos aparte, más seria es la laguna de la izquierda –incluidos
los sindicatos- en relación a la idea de España. En el trasfondo de su
derrota el 12 de marzo tal vez esté que el Partido Popular de Aznar ha
cubierto aquella laguna aunque lo haya hecho a efectos electorales y
superficialmente.
Si
se deja que continúe aquella diferencia de papeles, la España del
futuro será como la proyecte el Partido Popular. Sin embargo es la
izquierda quien reúne mejores condiciones históricas y culturales para
pergeñar un país que reconcilie el reconocimiento consecuente –no sólo
retórico- de la asimetría natural entre sus nacionalidades y regiones
con la necesidad de una España cohesionada y cooperativa. Mientras
quede en manos de las derechas o del centro – derecha, sean nacionales
o periféricas, a la asimetría natural se le añadiría la sobrevenida
por sus mutuas conveniencias política y económico – sociales.
5.
Algunas preguntas a modo de
conclusión
No
es habitual que las conclusiones de un artículo sean preguntas, pero
pienso que los sindicatos estamos inmersos en un proceso de análisis
que genera más preguntas que respuestas, además las respuestas no son
siempre homogéneas.
Por
ejemplo, al margen de la movilización en contra de la globalización,
¿este proceso económico de mundialización ha llegado al movimientos
sindical?; ¿las respuestas globales que estamos dando son las adecuadas?;
¿las organizaciones sindicales mundiales como la CIOSL o la ISP, han
adaptado su discurso político y su estructura organizativa a esta
realidad tan dinámica?
También
en Europa y para los sindicatos de este continente se plantean una serie
de preguntas que conviene intentar responder: ¿podremos crear un
espacio cultural europeo únicamente con políticas económicas y
monetarias?; ¿qué significa la política regional europeo?; ¿los
estados europeos están adaptando su estructura política, jurídica y
administrativa a la Unión Europea?; ¿es el federalismo la solución?
Como
se pude comprobar son muchas las preguntas y este artículo aborda sintéticamente
lo que pensamos en Comisiones Obreras sobre lo que ocurre en nuestro
propio país. Como quiera que es un debate muy interesante para el
conjunto del movimiento sindical mundial, propongo que desde las páginas
de Quale Stato nos adentremos sobre estos temas en próximos números.
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